lunes, 23 de noviembre de 2015

Jesús, la Luz del Mundo

TEXTO

“Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).

Introducción
Imagine que se encuentra en una caverna, en total oscuridad.  No ve nada, ni siquiera su mano derecha a punto de tocar su rostro.  ¿Cómo moverse en semejante situación?  ¿Cómo saber hacia dónde ir?  ¿Cómo evitar los peligros que existen a cada paso?  Así es nuestra vida sin Cristo.  Pero cuando una pequeña luz logra penetrar la caverna, las cosas cambian.  Por pequeña que sea esa luz, es capaz de mostrar el sendero que se debe seguir y exponer los peligros del camino.  Jesús es esa luz que nos guía hacia la vida eterna.  Él dijo: “…Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).


Contexto Histórico
Cuando las palabras de Jesús se analizan a la luz del contexto histórico, adquieren un significado aún más profundo.  Analizarlas en su contexto histórico significa ubicarlas en su espacio y tiempo originales; es decir, examinar, cuándo y dónde fueron dichas, para luego determinar qué nuevos significados arrojan a nuestra comprensión.

Pues bien, de acuerdo a Juan 7:2, 10, los discursos de Jesús registrados en Juan 7 y 8 fueron pronunciados durante la fiesta de los tabernáculos.  Esta era una de las celebraciones solemnes de la religión israelita. En ella, los judíos debían abandonar sus casa y habitar por una semana, en tiendas hechas con ramas (Levítico 23:33—36; 39—43).  El propósito de esta celebración era recordar el tiempo en que Israel había vagado por el desierto. El libro de Levítico claramente afirma “En tabernáculos habitaréis siete días; todo natural de Israel habitará en tabernáculos, para que sepan vuestros descendientes que en tabernáculos hice yo habitar a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto.  Yo Jehová vuestro Dios” (23:42—43).  Con el tiempo, y éxito, solemos olvidar nuestros humildes orígenes, nos volvemos engreídos y arrogantes.  Al Señor le desagrada eso; a él le gusta que recordemos de dónde hemos venido, y que es su gracia la que nos ha dado lo que tenemos.

Ahora bien, Juan 8:20 dice que estas palabras las pronunció Jesús en el lugar de las ofrendas.  Esto es especialmente importante porque durante las noches de fiesta de los tabernáculos, se hacían grandes fogatas en el templo, en el atrio de las mujeres donde también estaban las arcas de las ofrendas.  Allí los israelitas danzaban alrededor de dichas fogatas en conmemoración de su peregrinaje por el desierto, cuando eran guiados por Dios mismo en forma de columna de fuego.  Éxodo 13:21—22 dice:

 “Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche.  Nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego”.
En este contexto, hablo Jesús y dijo: “…yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).

Reflexión Teológica
Una vez conocido el contexto histórico, las palabras de Jesús cobran un significado especial.  Al decir, “yo soy la luz del mundo”, Él se estaba identificando con aquella columna de fuego que guiaba al pueblo a través del desierto con dos pequeñas modificaciones.  Primero, Jesús no guía solo a Israel sino al mundo entero.  Jesús murió por su nación, es verdad, pero también murió por aquellos que no pertenecíamos a su pueblo.  Segundo, no guía hacia una tierra prometida en este mundo sino hacia la vida eterna.  Él dijo, “el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.

Ahora bien, un aspecto que es de vital importancia en esta reflexión es el reconocimiento de que Jesús no es una lumbrera estática sino una luz en movimiento.  Jesús no dijo que había que creer en él, o dejar que iluminara nuestra vida.  Él dijo: “…el que me sigue no andará en tinieblas”.  A Jesús no se le ve o contempla de manera romántica o mística; a él se le sigue.  Pedro y Andrés estaban pescando cuando Jesús les dijo: “…Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Marcos 1:17).  Y ellos, dejando sus redes lo siguieron.  Mateo estaba sentado en el banco de los tributos públicos cobrando impuestos cuando Jesús le dijo: “…Sígueme…” (Mateo 9:9)Y Mateo levantándose y dejando todo lo siguió.  Y a ti también te dice: “Sígueme”.  ¿Lo seguirás?

Antes de tomar una decisión, es preciso que sepas que no todos los invitados siguieron a Jesús. Hubo un joven muy rico a quien el Señor pidió vender todas sus posesiones y dar el dinero a los pobres antes de seguirlo.  Pero este joven, se fue muy triste porque tenía muchas posesiones (Marcos 10:17—22).  Siempre hay algo que nos detiene y siempre hay algo que tenemos que dejar para poder seguir a Jesús.  Pedro dejó sus redes, Mateo su mesa de los tributos, pero el joven rico no pudo dejar sus riquezas.

Y a ti, ¿qué te impide seguir a Jesús? Solo tú puedes dar respuesta a esa pregunta.  Tal vez te cueste mucho, pero te aseguro que valdrá la pena.  El gran apóstol a los gentiles escribió:

“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:7—8).
El apóstol Pablo dejó todo por seguir a Jesús.  Sin embargo, como el mercader de las perlas preciosas de Mateo 13, siguió su camino gozoso sabiendo que había hecho el negocio de su vida.  El precio fue alto, pero valió la pena. 

Conclusión

Es posible que no estés dispuesto a pagar el precio por considerarlo muy alto.  Puedes quedarte allí donde estás.  Al fin de cuentas, tu religión o tu falta de ella te ha hecho sentir bien todo este tiempo.  Sin embargo, Jesús es una luz en movimiento.  Debes seguirlo o pronto te irás quedando en tinieblas otra vez.  Síguelo y te llevará a la vida eterna.  Pagarás un precio; es verdad, pero con Cristo hasta la misma muerte es ganancia (Filipenses 1:21).  Él es la única luz de este mundo.  Quien lo siga jamás volverá a estar en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

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